Vicky Neumann

Artista Plástica Colombiana

Hoy y también mañana, El Tamizado Ayer de Vicky Neumann por Álvaro Medina – 1999

El-Corazon-Negro-de-Oscar-Murillo-por-David-Santiago-Gomez-Mendoza

Vicky Neumann pinta como el que escribe. Antes de pasar al papel la frase anterior, pensé esta otra: Vicky Neumann pinta como el que habla. No lo afirmo para expresar que lo hace con facilidad porque en tal caso la frase estaría formulada de esta otra manera: Vicky Neumann pinta como el que se toma un vaso de agua. Aunque esto último es verídico, la idea del habla me permite señalar que las imágenes figurativas y abstractas de sus lienzos se convocan mutuamente y se sitúan ante nuestros ojos como una palabra tras la otra en el discurso oral. Pero prefiero la alusión a la escritura, no sólo porque es lo que yo hago en este instante, sino porque Vicky Neumann parece escribir en sus telas. Sus palabras son imágenes visuales. Dotadas de fondo y forma, esas palabras son un rostro o una raya, una silueta humana o una mancha de apariencia inane, pero nada es inane en estos cuadros porque cada detalle, por nimio que sea, hace parte consubstancial del tema que a conciencia desarrolla la pintora.

Hace pocos años, Neumann trabajó dentro de la abstracción. Era la suya una abstracción de gestualidad expresionista que se resolvía en una sígnica basada en la improvisación, muy cercana del automatismo gráfico de un Henri Michaux. Sobre las pinturas de esos años aseguró Miguel González que desarrollaba “grafismos, gestos y señales, como elementos ilustrativos de sensaciones”. No se trataba entonces de grafismos, gestos o señales que la pintora materializaba en función de ritmos desplegados en función de si mismos, desprovistos por lo tanto de significación literaria, sino todo lo contrario. Por eso González los consideró “elementos ilustrativos”, apreciación que Maria Iovino comparte al decir: “Algunos fragmentos de símbolos o imágenes recuerdan en ocasiones el trabajo del ilustrador”.

El contenido literario es en consecuencia bastante intenso, pero se trata de literatura de evocaciones puras, aquilatadas, como las que maneja el poeta, no de anécdotas ligadas a la narración prolija del cuento y la novela. De allí que González hablara también de sensaciones. Tenía razón. Es la sensación el verdadero motor de esta pintura. Vicky Neumann no pinta cosas sino sensaciones de cosas. Esas sensaciones cristalizan luego de pasar por el depurador tamiz del tiempo acontecido. Al respecto, Javier Gil ha asegurado que “Vicky Neumann responde con gestos que remiten al pasado, tanto en su concepción como por lo que evocan”. Se concluye que las imágenes que plasma no son de hoy sino de ayer, no en el sentido pasatista y con seguridad retrógrado de quien odia su presente sino con el sentido iluminado del que entiende que hay presentes del ayer que merecen tener un pasaporte a la eternidad a través de la creación artística.

Entre las imágenes que Vicky Neumann evoca, asegura Gil, están la casa y la infancia. Con el paso de los años, la pintora ha agregado muchas más. Por tratarse de una obra poética que participa de lo lírico, en un cuadro de Neumann podemos ver figuras de domingo, luz de vacaciones, brisas de diciembre en Barranquilla o difusos ecos de sonidos. Todo lo anterior pertenece a la esfera de lo intangible, pero también podemos ver lo tangible: raspaduras como las que hieren el muro de un jardín, los desconchados de una puerta condenada o las fotos amarillentas de un álbum familiar.

Desde siempre Vicky Neumann ha trabajado a partir de recuerdos. No sobra señalar que los simbolistas lo hacían a partir de la fantasía, los cubistas a partir del intelecto y los surrealistas a partir del sueño. Tampoco sobra mencionar que el uruguayo Pedro Figari también pintó recuerdos con la intención del historiador preocupado en dejar documentos fidedignos de la vida cotidiana que presenció durante la niñez. En la pintora colombiana no hay una intención documental tan evidente porque las imágenes son, en sí mismas, trozos de historia. La manera como procede Neumann es atípica y no obedece las normas de algunas de las corrientes en boga. Centrada en su propio mundo, imbuida de preocupaciones que son las suyas, cargada como está de imágenes que desea comunicar, Vicky Neumann es una artista solitaria como Edgard Hopper, Rouault y Louise Nevelson. La suya es una soledad consubstancial al arte latinoamericano, cuya historia está hecha de islas. Esas islas tienes nombres propios: Tarsila Do Amaral, Rufino Tamayo, Frida Khalo, Amelia Peláez, Alejandro Obregón, Fernando de Syszlo, Francisco Toledo, Daniel Senise, José Bedia, Arnaldo Roche Rabel. Quiere decir que la soledad de la pintora colombiana es una soledad confortable y envidiable.

Las de Vicky Neumann son imágenes puras. Sus personajes están mas allá de la satisfacción o del drama, inmersos como están en un espacio cuyo tiempo es un presente perenne y, no obstante, patinado. En la pintura, trabaja como esos realizadores de cine que reconstruyen una época presente hasta en sus últimos detalles y nos muestran, como si tuviéramos el privilegio de viajar en la maquina del tiempo, sucesos del ayer. Por tratarse de imágenes fijas, contemplamos un espacio aparentemente vacío, de tiempo detenido, sin atmósfera real. Espacio vacío y simultáneamente lleno. Vacío de referentes figurativos secundarios y lleno de grafismos (rayas mas que líneas y manchas mas que planos). Esos grafismos son las marcas que ha dejado en su transcurrir el tiempo, virando al amarillo, al ocre y al sepia los colores. Las figuras desvanecidas (figuras que parecen rescatadas en el último minuto, cuando iban camino al olvido), están sumadas al grafismo (que comunica la sensación de un incesante transcurrir), para poder construir la adición poética que le da sentido al sugerente todo que hay en cada cuadro.

Nada sobra ni nada falta en ese todo. Los trazos infantiles no están allí porque si, porque dinamizan o equilibran el espacio pictórico sino porque significan algo concreto. En sus obras, si hacemos el ejercicio mental de suprimir el grafismo, las figuras solitarias resultan desprovistas de vida. Si escogemos suprimir las figuras, la superficie en abstracto resulta ser un ejercicio estetizante y disecado. En el universo de estas pinturas, una cosa es cierta: los personajes anónimos que lo habitan no somos nosotros, pero en el mañana lo seremos. La razón es simple: lo fundamental de estas imágenes no son las individualidades que el artista toma de viejas fotografías, sino el ayer de una época. Ese ayer es el de la pintora y es también el nuestro en la medida en que sabemos apreciar su trabajo. En ese ayer, irremediablemente quedaremos fundidos todos nosotros. Dentro de un siglo, quienes vean esos mismos cuadros pensarán que en 1998 éramos todos así, como Vicky Neumann Pinta.

Álvaro Medina es profesor del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional de Colombia y curador del Museo de Arte Moderno de Bogotá.

Álvaro Medina

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